Fútbol, gloria y despedida: El camino que me llevó a Buenos Aires
Somos lo que somos por las decisiones que tomamos

General Lavalle: De indispensable a descartable

El fútbol me dio algunos de los momentos más inolvidables de mi vida: debuts soñados, goles en momentos clave y la emoción de vestir la 10. Pero también me puso a prueba, con decisiones difíciles y caminos inesperados. Esta es la historia de cómo un sueño puede transformarse sin perder su esencia, y de cómo cada elección nos va llevando, sin que nos demos cuenta, hacia el lugar donde realmente queremos estar.
Índice
Debut en reserva: cuando los sueños empiezan a cumplirse
Era el Día del Padre, mi categoría tenía fecha libre, así que ya me había hecho el plan de pasar el día con mi viejo. Porque, claro, siempre que era esa fecha, yo tenia partido y nunca me podía quedar. Pero en un abrir y cerrar de ojos, me cambió todo.
Golpean la puerta a las 11 de la mañana, y era el DT de la reserva. Me suelta, como si nada:
«¿Querés jugar hoy? El 9 suplente no va a poder.»
Lo miré, miré a mi papá y, sin pensarlo dos veces, le dije: “Perdón, pa, hay fulbo.” No sé qué habrá sentido él en ese momento, porque no es un tipo de muchas palabras, pero su orgullo era inmenso y su corazón aún más grande. Él sabía que el fútbol para mí era más que una pasión, y aunque no lo dijera, él lo entendía.
Así que me despedí: “Si terminan rápido de almorzar, andá que te dedico un gol.”
La sorpresa: titular de entrada
La idea era que entrara en el segundo tiempo, cuando los rivales estuvieran cansados y así poder aprovechar alguna chance. Lo que no sabía era que el 9 titular había pasado la noche anterior de fiesta y estaba de resaca. Así que, al llegar, me encuentro con la noticia de que iba a debutar de titular en la reserva en mi primer partido.
Qué situación tan rara, pero, como siempre digo, yo no me achico. Fui para adelante, con todo. El DT me miró y me dijo: «¿Estás para jugar?» Y yo, sin dudar, le respondí: “Por supuesto, para quedarme en el banco me quedaba en casa.”
Debut y gol
El 10 de la reserva, Gabi Safe, era un fenómeno, un zurdo de calidad implacable. Hoy juega en Boca Juniors de Mar del Plata, pero en ese momento, estaba deslumbrando a todos. No habían pasado ni 5 minutos de partido cuando, con una precisión increíble, me dejó mano a mano con el arquero. A mí, acostumbrado a esos pases con Facu, no me quedó más que abrir el pie y ponerla adentro. ¡Golazo! Debut y gol en reserva a los 15 años. Estaba viviendo mi propio sueño, y aún no lo podía creer.
El chasco: no todo es tan fácil
Rodrigo, mi DT, me había dicho que aprovechara la fecha libre para descansar, porque estábamos peleando la punta del campeonato. Pero claro, a él nadie le había avisado que yo iba a jugar ese partido. Molesto, se quejó con el DT de reserva y pidió que me sacaran.
Salí de la cancha, sí, un poco molesto porque no era lo que esperaba, pero al mismo tiempo feliz por haber cumplido mi promesa de dedicarle ese gol a mi viejo en su día.
La caída: la punta se fue
El torneo siguió, y nuestra categoría, que estaba peleando la punta con todo, se fue desinflando. A falta de dos fechas para el final, perdimos la punta. Se nos escapó de las manos.
Pero claro, no hay tiempo para llorar, eso es lo que te enseña el fútbol. Había que seguir entrenando porque, aunque en ese momento nos doliera, sabíamos que el año siguiente iba a ser mucho mejor.
Debut en primera: Con los pies en la tierra y el corazón en el futbol
El equipo de mi pueblo, el Popular Lavalle, se clasificó al torneo regional para ascender a una nueva división.
La gente estaba ilusionada y nosotros, con ganas, nos metimos en la cancha a enfrentarnos contra los peces gordos. Pero, la verdad, no estábamos ni de cerca preparados físicamente para enfrentar esos equipos. La ilusión del pueblo se desinfló rápido, pero la mía siguió intacta hasta el final. Y fue ahí, en ese cierre de torneo, donde recibí mi primera convocatoria a la primera del Popu.
Obviamente, fui al banco, pero sabía que iba a tener mis minutos.
El partido estaba siendo un embole, un 0 a 0 con pocas chances y mucha fricción en el medio, como suele ser en estos torneos regionales.
El gol inesperado: Cabeza, corazón y un debut inolvidable
Faltando 15 minutos para el cierre, el DT me dice: “Anda y divertite pibe”. Me manda de 9, y en mi cabeza solo pensaba en aprovechar la oportunidad.
La verdad, no toqué niuna sola pelota hasta los últimos minutos. Estaba en el área, esperando algo. Y de repente, como si el fútbol me hubiera sonreído, un centro perfecto llega, se pasa entre todos los defensores rivales y me cae a mí en la cabeza. Era tan fácil como empujarla.
Y así, en mi primer partido con la primera, ¡gol de cabeza! No entendía nada. Estaba en éxtasis total. No sabía si tenía que correr, saltar, llorar, o sacarme la camiseta.
Si cierro los ojos ahora, puedo sentir esa alegría en el aire, el grito de toda la gente de mi pueblo, como si me estuvieran cargando de energía.
El partido terminó, y en el vestuario me dieron una bienvenida que nunca voy a olvidar. Entre cachetadas en la cabeza, mucha agua y risas, supe que ese gol me había ganado un billete directo a Primera por el resto del año.
Siendo el 10: Cuando la camiseta pesa, pero el corazón empuja
Era un verano de esos donde las expectativas estaban al máximo. Hice una pretemporada increíble, estaba en mi mejor momento físico. Sabía que se venían cosas grandes, algo dentro de mí me decía que esta vez las oportunidades iban a ser reales.
La primera fecha del torneo era contra Mar de Ajó, un equipo que siempre era candidato al título.
Era un desafío enorme, tanto colectivo como personal. Sabía que, si quería dejar mi marca en el equipo, este partido tenía que ser clave.
El partido: de las patadas a la revancha
La semana previa había entrenado muy bien y eso se reflejó cuando, al fin, me vi en el once titular. Arrancamos con todo, y en el primer tiempo, nosotros dominábamos. Ellos casi no llegaban y nosotros tuvimos muchas oportunidades. Me cometieron tantas faltas que llegué a amonestar a dos jugadores: el lateral izquierdo y el arquero.
De hecho, ambas eran expulsiones claras. Con el arquero fue mano a mano, y salió con una plancha fuera del área. Al lateral izquierdo lo llevé al córner y, de taco, le hice un túnel. Cuando me iba a ir solo al área, me tiró una tijera desde atrás.
Me levanté, me reí, y me fui al área a esperar el centro, sin perder la calma.
Esas jugadas eran típicas para mí, y más en la primera de mi pueblo. En ese momento, recordé las palabras de mi profe de Física, Martincho. Siempre me decía: «Dejá de ser tan explosivo, no te hagas problema por cada falta. Cuando jugás bien, te van a pegar, es normal. Ellos no saben cómo pararte». ¡Y cuánta razón tenía!
El primer tiempo terminó con algo de tumultos, y fuimos al vestuario a encarar el segundo. No sin antes darle una trompada al central rival, sin que el árbitro me viera.
No estuvo bien, lo reconozco, me olvidé del consejo del profe por un segundo.
La revancha: el gol y la patada final
Entramos al segundo tiempo confiados, pero enseguida nos clavaron un gol.
El central rival, como si hubiera estado esperando el momento, vino a celebrarme el gol en la cara. Me mantuve sereno, con una sola idea en mente: mi revancha sería con la pelota.
A pesar de que intentábamos, el gol no llegaba. Estaba en mi primer partido como titular con la primera, y no quería que mi racha de debut y gol se rompiera. Hasta que, en el minuto 85, Salamandra Montenegro la rompió con una chilena en un extremo del área y la pelota me cayó justo a mí en el punto penal. Venía a toda carrera, y aunqueme comí algunas patadas en la cara, logré meter el cabezazo. ¡Gol! Empatamos el partido a 5 minutos del final, y la gente deliraba. Yo, corriendo como loco, buscaba al central rival con la mirada.
Salamandra, al ver mi cara, me agarró y me llevó a un córner para festejar. «Ya está, olvídate», me dijo, calmándome.
Todavía quedaban 5 minutos más, según el árbitro, y el partido seguía abierto para cualquiera.
En el último minuto, ellos tuvieron un córner, nuestro arquero lo descolgó y, con rapidez, me la pasó. Yo estaba agazapado, esperando la contra, y recibí la pelota solo. El defensor lateral, el que me había hecho la tijera antes, vino a marcarme. Le tiré un sombrerito, y cuando iba a arrancar solo hacia el arco, él aplicó el lema que todo jugador argentino conoce: “pelota o jugador”. Me tiró una patada en el pecho, directo al esternón.
Roja directa. El árbitro terminó el partido y los hinchas comenzaron a invadir la cancha para increpar al equipo visitante. La policía tuvo que intervenir, ya que casi se arma una batalla campal.
La gloria en la 10: un gran paso
La violencia en el fútbol nunca es buena, pero afortunadamente todo quedó en la cancha. Ese fue un debut épico, uno de esos partidos para la historia.
Con 16 años, empecé a destacar, y el DT decidió premiarme con la número 10. Llevaba ese número con un orgullo gigante, sobre todo porque era joven y sabía que era una señal de que el trabajo duro estaba dando sus frutos. Aunque no pudimos ser campeones, esa experiencia me sirvió de empujón para seguir entrenando a full y enfocarme aún más en mi desarrollo futbolístico. Pero lo cierto es que no sabía que lo peor estaba por venir.
Dejar el fútbol: una decisión difícil, un futuro por escribir
Somos lo que somos, somos las decisiones que tomamos.
Con el dinero que gané durante una temporada de verano, decidí crear una fuente de ingresos para los meses más fríos. Los inviernos en mi pueblo son largos, y a veces el trabajo es bastante rudimentario. Así que, con ese objetivo en mente, me compré una controladora de DJ para pasar música en la discoteca de un pueblo vecino.
A simple vista, parece obvio cómo se iba a desarrollar mi rendimiento futbolístico ese año. Los sábados por la noche no dormía, trabajando y tomando algunos tragos. El domingo por la tarde, simplemente no tenía el nivel de rendimiento esperado.
En mi pueblo, aunque el fútbol sea amateur, la exigencia de la gente es alta. Si no podías dar lo mejor de vos, te decían claramente: “Si no podés nene, correte”. Y no me lo dijeronuna vez, lo repetían.
Así que decidí correrme. La gente empezó a molestarse conmigo porque ya no rendía como antes. Y en un lugar tan pequeño como el mío, donde todos nos conocemos, no quería generar conflictos. Además, sabía que tenían razón. Si no puedo jugar al 100%, simplemente no me gusta hacerlo.
La nueva dirección: un cambio radical
Tomé una decisión radical: dejé el fútbol y me enfoqué en la noche. Decidí trabajar, ahorrar y, sobre todo, prepararme para dar el salto a la capital. Mi sueño de estudiar en Buenos Aires estaba en marcha. Sabía que, si me quedaba en el pueblo, las oportunidades serían limitadas.
Aunque dejar el fútbol fue difícil, siempre estuve y aún hoy sigo agradecido por haberme criado allí. Tuve la infancia más hermosa que un niño puede tener, rodeado de amigos y familiares. Pero había llegado el momento de cerrar ese ciclo para poder crecer.
Mi meta, mi futuro, ahora estaba en Buenos Aires.
desafiame
Es tu turno.
En tu cancha.
Animate.
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