Más Fulbo · x América · Brasil · Febrero, 2025

Río de Janeiro, Capital Mundial del Fútbol

Cómo terminé viviendo más de un año en la cuna del jogo bonito

Llegando a Río

Para que te des una idea de lo maravillado que quedé, de los 24 meses que pasé en Brasil, estuve 15 en Rio. Cada vez que llegaba o me iba, el fútbol era lo que más me atraía para quedarme. Y es que en Rio, si hablamos de fútbol, tenés para todos los gustos.

Llegando en pandemia

Rio fue amor a primera vista. Llegué por primera vez en plena pandemia de COVID-19, para hacer un voluntariado en un hostel en el barrio de Santa Teresa. No había mucho movimiento, y la gente que venía y se iba era mayormente local, sobre todo de Sao Paulo. Pero todo cambió cuando regresé la segunda vez, ya con las fronteras abiertas.

Conocí a gente de todas partes del mundo, especialmente de Europa, donde más tarde volvería a estar en contacto para visitar sus ciudades.

Uno de esos contactos fue Alexander, un chico de Austria con el que fuimos juntos al Maracaná a ver a Neymar jugar en vivo para la selección de Brasil. ¡Una experiencia única!

Primer contacto Carioca

Mi primer partido fue en la playa de Aterro do Flamengo, pero no en la arena, sino en una cancha de 5vs5 de cemento. Estaba paseando por el barrio y vi a unos brazucas jugando, ¡y adiviná con qué! Con ojotas. La calidad de esos chicos era impresionante.

No solo dominaban la pelota como si nada, sino que corrían sin resbalarse y, para colmo, ¡las ojotas nunca se rompían!

Decidí unirme al partido pero opté por jugar descalzo. Pensé que era lo más lógico, ya que las ojotas eran el único par que tenía y no quería que se rompieran. Error.

No tomé en cuenta un pequeño detalle: 33 grados de calor y el piso estaba hirviendo.

Algo totalmente diferente me pasó en Itacaré, Bahía, donde también jugué descalzo y tuve que acomodar al único que no quería sacarse las zapatillas. 

En ese momento, no me importaba nada. Jugué como un niño, y entre goles sorpresivos, jugadas mágicas y un montón de risas, todo era perfecto. Hasta que llegó la hora de volver al hostel.

La vuelta, una pesadilla

Fue ahí cuando las risas se terminaron. Me puse las ojotas para caminar, pero era imposible. Mis pies estaban llenos de ampollas, sangraban y me ardían por completo. Tuve que quitarme las ojotas y caminar con los talones y los bordes de los pies para llegar hasta el hostel.

Ese soy yo. A veces, cuando de fútbol se trata, no mido las consecuencias. Es más, me acuerdo de cuando viajé 12 horas a Hungría solo para jugar un torneo relámpago de futsal.

Explorando Río

En ese tiempo que estuve en Rio, también aproveché para conocer otros lugares como Buzios, Cabo Frio, Arraial do Cabo, Ilha Grande y Paraty, pero la verdad es que en ninguno me fue tan bien con la redonda como en Rio de Janeiro.

En la capital carioca, me hice de muchos conocidos que me conectaron con todas las modalidades de fútbol, pero yo me enfoqué en 4:

fútbol 11, fútbol 8, fútbol 5 y, por supuesto, ahí conocí el siempre fascinante 1vs1.

Seguí leyendo: Río de Janeiro, jugando al futbol en una favela

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